domingo, 2 de diciembre de 2007

Los Goliardos

Los autores de los textos sobre los que Orff compuso la obra se llamaron a sí mismos Goliardos y eran desertores de los estudios religiosos, clérigos vagantes, al estilo de aquel frailecillo que acompaña a Robin Hood. El nombre de Goliardos parece deberse a un gigante Golias, emparentado con el Goliat bíblico del cual se dicen descendientes; o a un obispo Golias al cual reverenciaban, pero ambos, el gigante y el obispo, no han ser otra cosa que producto de la fantasía de estos personajes que engrosaban la abigarrada sociedad medieval.

La causa de su deserción es incierta, pero posiblemente debida a las decepciones sufridas por ellos al notar las corrupciones del clero, o por el aburrimiento de la vida monástica de contemplación, o porque no fueron capaces de soportar las tentaciones mundanas. Sin embargo, conservaron sus distintivos clericales, es decir: la tonsura, que es el rapado circular de la coronilla del cráneo y los hábitos que vestían. Se reunían en "hermandades" con el fin de protegerse, lo que aunado a los distintivos que portaban les permitía sistematizar sus engaños, de los cuales se valían para subsistir. Las constantes persecuciones emprendidas en su contra los orillaron a asociarse con los integrantes del bajo mundo: juglares, saltimbanquis, facinerosos, artesanos, todos ellos organizados en "gremios" o "cofradías" por idénticas razones de seguridad. De esta manera, se dio una aportación al desarrollo artístico popular, ya que los clérigos vagantes influyeron en estas cofradías con los tres elementos del conocimiento artístico con que contaban, a saber: el latín, la poesía y la música incluida su notación. La ironía, el escarnio y la transgresión de toda norma moral y de conducta social vigentes, fueron los elementos que impregnaron sus poemas. Todos los grupos involucrados en las denuncias, demandas y escarnios, fueron violentamente marginados, mas no obstante sufrir continuas persecuciones y aguantar leyes, decretos y toda clase de edictos en su contra, no cejaron en su objetivo. Los goliardos ocuparon lugar de honor en la mira de las autoridades. Pero la persistencia en el comportamiento de dichos grupos, llegó a consolidar una tradición que alcanzó al Renacimiento, muestra de ello son los clérigos François Rabelais, autor de la obra narrativa Gargantúa y Pantagruel, de estilo satírico-popular sobre héroes caballerescos. Y François Villon, quien nació hacia 1431 y fue clérigo, poeta y licenciado en artes. Estuvo involucrado en el asesinato de un clérigo, por lo que huyó de París. Más adelante, junto con algunos amigos, asaltó el Colegio de Navarra, así que una vez más se dio a la fuga. Posteriormente sería encarcelado acusado de vagancia por formar parte de una compañía de cómicos ambulantes, pero logró quedar en libertad gracias a la intervención del rey Luis XI. A su regreso a París, es nuevamente encarcelado debido al atraco del Colegio de Navarra, mas prometió devolver su parte del robo. Un mes después, fue condenado a la horca a causa de otra pendencia nocturna. En su poesía nos narra su estado de angustia y pesar por su condición de condenado. En su poema llamado El Epitafio de Villon, se imagina a sí mismo ya en estado de putrefacción colgado de la horca. También de esta última condena se salvó, pero se le supone fallecido al poco tiempo, en 1463. Otros ejemplos de las historias sobre estos clérigos, sus engaños y vidas licenciosas, los encontramos en el libro Decamerón de Giovanni Boccaccio (1313-1375), obra escrita entre 1350 y 1355.

El Renacimiento con su floreciente comercio, favoreció a los grupos dominantes, quienes en busca de diversión asimilaron a los otrora marginados juglares, clérigos vagantes y otros profesionales del entretenimiento. Estos, al formar parte de los servicios cortesanos, perdieron el carácter festivo popular y la espontaneidad que les distinguía, al tener que dirigir sus bromas y escarnios hacia un blanco diametralmente opuesto al original.

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